Feo. Mu feo. Uno no se mata a trabajar durante años, a sufrir, a esforzarse, a formarse, y a pasar apreturas en muchos casos para que cuando le toque recoger las mieles del éxito lo puteen en el momento cumbre de su reconocimiento. Es como que te regalen en tu cumpleaños una tarta de mierda repujada con nata marrón. Como diría el inolvidable Miliki: "¡Vaya regalo!".
Ningún piloto merece eso porque todos se juegan el bigote, desde el futuro tetracampeón hasta el pobretico de Chilton que no sueña con pillar alguna vez un trofeo, sino con no acabar de manera casi sistemática el último. No es que todos merezcan un reconocimiento, o ni siquiera ya el respeto debido, sino que no están para que los apedreen. Si no te cae bien, no le aplaudas, pero cortamanguearle... pues no es justo.
Este chumbo repleto de amargas espinas en forma de bufido populachero le tocó a Alonso en Imola 2006 cuando daba zarpazos en la chepa roja de Schumacher. Lo mismo recibió en premio el asturiano en England cuando una parte de la grada, menor aunque ruidosa, le emputecía en 2007 cuando las trifulcas internas de McLaren le condenaron de puertas afuera de Woking a pasar por ser "El Malo de la Película". El mismo y desagradable mojón sonoro tuvo que trasegarse Lewis Hamilton en la pretemporada de 2008 procedente del graderío montmelonero con desagradables y poco ejemplarizantes tintes racistas y pseudonazis. Cierto es que no se puede juzgar a todo un aficcionariado planetario por el torticero comportamiento de un puñado de alborotadores de limitada educación, pero es lo que queda en la memoria de aquellos que encima del cajón deberían disfrutar de un momento que acaban padeciendo.
El respetable es muy dueño de sentir lo que salga de la pera porque las pasiones y simpatías son propiedad de cada cual, pero en el caso de las animadversiones todo atiende a lo más atávico y simplista de una sociedad cada día más global. Si en las carreras del siglo XXI aún rigieran las reglas del Circus Romanus de poco después de Cristo, y atendiendo a las querencias de la grada, el que llegase segundo tendría derecho a atravesar con una espada al ganador tras ver los pulgares boca abajo de los que pagaron su entrada. Esto no es.
Si Vettel está donde está es porque lo ha hecho mejor que el resto. Si alguien piensa que no es el mejor piloto, es muy dueño, pero la historia indica que no siempre gana el mejor, sino el que mejor lo hace, y ése es este año y de largo, Frigodedo. Siete victorias en 13 carreras solo está al alcance de los mejores y la temporada del futuro cuatricampeao está siendo de libro. Se lo habrá merecido, se lo habrá ganado y justo será si acaba el año con más puntos que nadie. Esto debería ser estudiado, pero nunca discutido.
El problema invita a las cabezas inquietas a pensar en las causas y sus consecuencias. Schumacher era hosco, borde, un verdadero enterao en las reuniones de pilotos que ponía de los nervios a los comisarios, arrasaba al resto, a veces con maneras marrulleras y sin embargo, y a pesar de lo aburrido de su dominio, nunca recibió el látigo de los seguidores (excepto en Austria 2001 y 2002). Entonces no existían redes sociales y la familia ferrarista es poco menos que una religión planetaria; su rodillo pisaba cabezas, pero no callos, nadie saltaba, tan solo se lamentaba del tedio. Schumi fusilaba con su dedo meñique a todo aquel que osara ponerse entre él y el escalón alto del cajón, pero todos asumían el status quo, nadie le afeaba su comportamiento, si acaso alguna solitaria pancarta reivindicativa con más humor que escozor.
Dentro de cada espectador hay
un juez y su código ético dictamina lo injusto de la situación
Ahora en Red Bull se echan las manos a la cabeza víctimas de su propio éxito y se duelen de que las cañas se hayan vuelto lanzas de cuadro de Velázquez. La marca de la poción mágica se sacude la responsabilidad ante los abucheos de Monza y Singapur, aunque no han sido los únicos. El aficionado sí soporta el dominio; lo que no aguanta es la humillación, la no-lucha. Cuando Vettel cruza la línea mira por sus retrovisores y no ve a nadie, parece un náufrago en la cumbre de la montaña. Tan abandonado que cuando detiene su motor Renault los presentes apenas le dan unas palmadas en la espalda. Únicamente Horner o Newey le abrazan con premura antes del pesaje y en el podium ni siquiera Webber, su ¿compañero? le moja la cara con el chicate de Mumm que prefiere arrojar a otros compañeros de la madera. Vettel controla sus emociones como puede en el cajón, pero está solo. Muy solo ahí arriba.
La compañía austriaca vende de cara a la galería que deja luchar a sus chicos, que la deportividad siempre ha de juzgar en pista a sus pilotos, que la filosofía de marca empuja a la rivalidad de sus empleados. El resultado es que Webber no es mucho peor piloto que Vettel y siempre ha estado cerca de él cuando incluso no le ha superado. Este año, el año que se pira de la formación, apenas lleva la mitad de puntos (de los que sale el 60% de su sueldo) Cuando un Kers se rompe siempre es el de Webber. Cuando una rueda se suelta, siempre es la de Webber. Cuando un coche arde, siempre es el de Webber. Cuando alguien desobedece los Multi21 nunca es Webber. Cuando, como diría Javier Rubio, "todos los martillazos van al mismo dedo". Si Webber es el enemigo, su puente no es de plata, sino de plastilina, y puede que acabe donde el tren de "Regreso al futuro", en el lecho de un río en mitad del desierto. Dentro de cada espectador hay un juez y su código ético dictamina lo injusto de la situación, y aunque esto no sea ni culpa ni responsabilidad de Vettel, es el obvio beneficiado.
Antes de la llegada de los antialonsistas, el asturiano se ganó el cariño de medio planeta en 2005 por ser el revolucionario Coyote de los dibujos animados que se lo curraba en impagables luchas cuerpo a cuerpo contra el burlón Correcaminos germano. Al que pelea se le premia, al que se pasea... no. La insultante superioridad que ha mostrado VET en las últimas pruebas denotan que tanto su pilotaje como especialmente su montura pertenecen a otra categoría superior, por eso no se aprecia pelea alguna. Se aplauden más las remontadas del asturiano, de Kimi, o incluso de Hulk, un tipo al que la palabra podium le sigue siendo ajena, pero se le agradece el esfuerzo. Solo se nos ocurre una cosa, una mamarrachada: que se deje ganar un par de veces, así el tema queda algo compensado y añade algo de picante al Mundial. Joer.
Es verdaderamente raro que un protagonista de la actualidad global que sale cada 15días por la tele, en ruedas de prensa, declaraciones, entrevistas, podiums... se gane la animadversión de la gente. Para eso hay que valer y esforzarse, y compensar o remontarlo es un trabajo titánico. Vettel no tiene Twitter, no se hace fotos entrenando, ni tirándose al mar desde barcos. No sale en bañador, no tiene tatuajes chinos, no tiene pendiente, no compra equipos ciclistas, ni perros que roncan durante las ruedas de prensa. El Community Manager de su escudería no es el de Lotus, y tiene menos gracia que el menú de un bar de carretera. Apenas hace 'performances' benéficas, rarísima vez actúa en los roadshows de su patrocineitor y lleva su larga relación con su novia, la germano-británica Hanna Prater, como un monje cartujo. Nada de esto es malo, al revés, es muy bueno y tremendamente respetable, pero no le ayuda en su contacto con los que deberían aplaudirle. Hay quien le tilda de ser un producto del más puro marketing, un producto insípido como un plato de albóndigas de bote y creado de manera artificial pensado para vender latas. Ok, es muy posible, pero el que gana carreras es él, no las latas aunque sean ellas las que ponen la manteca para crear un pack único e imbatible.
Llega el primero a los circuitos y se marcha el último. Pasa jornadas interminables trabajando al lado de su Santísima Trinidad, Horner y Newey, marca récords de precocidad, tricampeón... pero se le abuchea, se le emputece, se le muestra irrespetuosidad, y no cariño. Sebastian Vettel Iº de Alemania tiene mucho trabajo por delante, pero no es encima del asfalto. Eso, o las ventas de Red Bull se acabarán resintiendo. Ay, pa lo que vemos quedao...
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