Ni de pilotos, ni de equipos: es de coches. Como diría un comerciante chino: "coche bueno ganal, coche malo no ganal", y lo demás es importante pero ‘sólo’ accesorio. Esta es, nos guste o no, la realidad tangible y tocante que se puede palpar a mano y a máquina en la Formula 1 actual. Es el legado del actual Pacto de la Concordia, la reglamentación deportiva y la intrincada y especialísima estructura empresarial del negocio. Esto no es como en el ciclismo, que el que pedalea con más brío se lo lleva calentito, sino el que el premio se lo lleva el que tiene el mejor jaco que montar. Es una pelea de francotiradores, y mea más lejos el que tiene el cañón más largo, y ahora la verga mayor la tiene Mercedes. Todo el que no tenga eso tendrá que encomendarse a Santa Rita de Casia, patrona de los imposibles, para echar el guante a la tropa plateada.
De Juan Manuel Fangio decían que no sólo era el mejor en la pista, sino que igualmente era el mejor a la hora de elegir sus coches. Durante sus años en activo pilotó en F1 para Alfa Romeo, Maserati, Mercedes y Ferrari e incluso cambió de colores en mitad de la temporada de 1954 cuando creyó que su coche era peor; en aquella época te marchabas de una escudería con un apretón de manos tras una cena. Entonces los coches eran mucho más similares, apenas los atendían media docena de mecánicos y había asignado un cronometrador con un reloj de mano para cada monoplaza. El tiempo ha pasado, y hay acuerdos multianuales, contratos publicitarios, intereses de todo tipo y proyectos a medio plazo… hay otras reglas.El tiempo pasa y la feroz competencia tecnológica entre las escuderías y una reglamentación que deja aún espacio a la imaginación de los ingenieros que gastan ingentes cantidades de dinero para robarle al tiempo migajas de existencia para adjuntárselas a sus ingenios.
La era roja de Schumacher, por poner un ejemplo, acabó con la llegada de la leonina melena de un Alonso que a veces ganaba, a veces no, y acabó mordiendo al germano en la yugular en los compases finales de la temporada. En 2008 Felipe Massa y Lewis Hamilton nos martirizaron (y emocionaron) hasta la última curva en un mundial que ninguno de los dos parecía querer ganar con un cierto equilibrio de fuerzas. Justo al año siguiente se destapó un frasco inodoro, insaboro e insípido en el que un coche con colores raros (BrawnGP), desprovisto de pegatinas y al que le injertaron un motor Mercedes a última hora arrasó al resto de la concurrencia. Jenson Alexander Lyons Button se lo llevó muerto en el mejor año de su vida; la temporada en la que ganó casi tantas veces como en el resto de su carrera deportiva (y catorce años son muchos años. La media le da prácticamente una por temporada) Nadie debería dudar de que Button es un buen piloto y aquel inolvidable —para él— 2009 se ganó merecidamente su corona, pero hasta entonces tuvieron que pasar ciento trece carreras y que Alonso se retirase a mitad de la prueba para ver al británico subido a lo más alto del podium. ¿A quien le damos el mérito, a él, o a su coche, porque después nunca ha vuelto a tener aquel brío a pesar de haber recalado en nada más y nada menos que McLaren? No fast car, no party.
Desgraciadamente hoy, los pilotos ya no son clave en este negocio. Sí lo son como referente histórico-deportivo, como poderoso imán mediático y como argumento de ventas. Con mejores pilotos, tu formación siempreserá mejor, pero si echamos un vistazo a las clasificaciones ocurre la llamada Paradoja del Jinete Herido: hay cinco Campeones del Mundo corriendo como titulares pero sólo visita con asiduidad el podium uno de ellos: Lewis, el único que gana. El resto no sólo no gana sino que si quiere disfrutar del aroma a madera, tendrá que usar un ambientador perfumado a esa fragancia. La última victoria de un Campeón que no sea Hamilton fue hace casi un año, el 24 de noviembre de 2013, Alonso, siempre favorito, ganó por última vez en mayo del pasado año. Nadie con un cerebro dentro de su cabeza debería pensar que a esos otros cuatro se les ha olvidado pilotar, y si hurgase un poco más en el asunto, debería llegar una una conclusión única: no ganan porque no pueden ganar, no porque no sean capaces.
Mercedes ha construido una reluciente apisonadora con ese W05 capaz de desalentar al participante más animoso. Ese coche lleva ganadas trece de dieciséis pruebas, que podrían haber sido más si los chóferes del mismo no hubieran incurrido en algún que otro error. Esto nos lleva al quid de esta viruta: ¿quien gana, el coche o el piloto? La conclusión a la que hemos llegado no va a gustar a muchos.
LA SITUACIÓN ACTUAL
El Mercedes W05 es un coche excepcional. Saca a su motor un rendimiento que sólo Williams parece obtener y la observación de lo que ocurre los sábados indica que promedia una diferencia de un segundo con respecto al más inmediato seguidor. Este segundo no siempre se muestra porque a veces ha sido menos, pero también ha sido más, como esos más de dos segundos que Nico Rosberg —pole position— le calzó al primer coche no Mercedes de la tabla, el Red Bull de Sebas Vettel en Spa.
Si partiéramos de la base de que esa diferencia de ritmo del W05 es permanentemente de justo un segundo en todos los circuitos del mundial es fácil colegiar que si la diferencia entre el mejor piloto de la parrilla, y el menos dotado y porras de ella es de 6-7 décimas, bien se podría decir, que el peor participante de una carrera cualquiera podría ganar pruebas con ese coche. Es más, si damos las llaves a un piloto medianero, tipo Hulk o Sutil (*) podría fácilmente luchar por el título muy por delante de otros más dotados en el plano de la conducción, pero sin una montura adecuada. Pocos deberían discutir que alguien como Fernando Alonso, sin ser el más rápido a una vuelta, pero que desarrolla unas carreras repletas de recursos, con un ritmo constante, exento de errores y con una fiabilidad extraordinaria… pero aunque aporte calidad a sus coches, está limitado por ellos. Se crea una paradoja: el mejor no puede ganar, y el peor si, si cuenta con el arma adecuada.
LA CONCLUSIÓN
Kimi Raikkonen está pasando por malo, Vettel ha aguantado un sólo año sin ganar en el equipo que le ha hecho marcar récords de todo tipo, Jenson Button adquiere un tono tan grisáceo como su coche, y Alonso se desespera tras cinco años de paciencia infinita sin trincar una corona desde hace ya ocho. Ninguno ha olvidado pilotar, pero no tienen las herramientas necesarias para defender su nivel. Deportivamente es injusto, pero es la situación que la actual reglamentación y avances técnicos arrojan. Desgraciadamente los pilotos, por si sólos, no traen triunfos por muy buenos que sean.
Si no aportas una solución es que formas parte del problema, y para no estar dentro del mismo, Virutas aporta alguna idea al respecto, idea que tendrían que aceptar todas las formaciones, FIA, FOM, etc para que esta tendencia se corrija. Las reglas deberían apuntalar la igualdad, y para ello habría que incidir en mayor igualdad técnica limitando ciertas áreas, abaratando el conjunto e imponiendo más piezas comunes, limitar las evoluciones durante la temporada, permitir la traslación de tecnologías de unos equipos a otros si ello sirve para que “los de atrás” mejoren, y la clave: ecualizar los premios de los equipos para equilibrar los presupuestos y alejarse de ese endiablado reparto dinerario que crea una pescadilla que la cola se muerde.
Mientras esto no ocurra y las reglas son las que hay, sólo veremos Campeonatos del Mundo de coches. Esto ya ha pasado antes, pero en la era que nos toca vivir se nota mucho más, y condena a los protagonistas de las carreras a ser inopinados pasajeros de un destino que no siempre eligen. Esto necesita otra vuelta de tuerca Monsieur Todt.
(*) Entre los dos suman 216 participaciones y acumulan cero podiums, seguramente lastrados por mecánicas poco dotadas. A pesar de que los dos han mostrado de manera puntual muestras de brillantez, no se puede decir a día de hoy, que sean pilotos punter
No hay comentarios :
Para comentar selecciona Nombre/Url.
Escribe tu nombre y tu comentario y listo calixto